15-FEBRERO-2010 | FÉLIX JIMÉNEZ
BUSCAPIÉ
Aceras
Las aceras son la minima moralia del cuerpo. El borde olvidado de incontestable cotidianidad. Stasis. El punto más conservador de la ciudad y, por lo mismo, el menos pensado, gracias a la promiscuidad analítica de la zona infranca del tránsito y los autos que se le siembra al lado. Acogen el cuerpo con todas sus variaciones, siguen su rastro y le proveen un acomodo inconcreto pero incontestable, juicioso e incorpóreo.
No hay espacios retóricos para el estrecho margen que componen las aceras. Siguen siendo apostillas terminal, footnote, nota al calce de un enramado que acicala, guía y te lleva. Vienen built-in en la conciencia del movimiento. Pero ya no sólo eso. Son traspasadas y usurpadas. Es posible, es un hecho que se pueden habitar, como si fueran casa, automóvil, estacionamiento, oficina.
Los análisis dromológicos -con el énfasis en la velocidad, con la velocidad al centro- las olvidan. El discurso rítmico y musical -con la calle como la compleja insinuación de todo, como el referente del afuera que se piensa- no le da forma ni importancia. Yo soy calle es la consigna, no Yo soy acera. Las calles sí son -y las aceras, pues, no son- artefactos culturales de inspiración, de devoción. Ni siquiera muletillas utilizadas por los coloridos seres fabricados por sus disqueras para señalar el coolness que les falta. Ni claustrofóbicas, ni violentas, ni complejas. No se les devuelve ni el ritmo ni el cuidado que proveen. Están, así de simple. Persisten. Desadjetivadas. Y aún así, esperan: espacios virtuosos.
¿Qué sostienen las aceras realmente? Tras la pérdida de su gramática, las aceras no son ambiciosas de la forma en que lo son las calles, las avenidas, las autopistas. Todo grito de Take back the streets se salta the sidewalk. Se sacrifica su espacio por el movimiento y la estética de la red que automoviliza. Y entonces, un viernes, un lunes cualquiera, en ese espacio desvalorado, de no-pertenencia, desestimulado por la imaginación y rodeado de latencia, algo pasa. En estos días en Nueva York, Washington, Atlanta, nieve; en Haití, susto y lluvia; en Puerto Rico, temor.
El autor es escritor y profesor universitario.
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